LOS INGRATOS
PEDRO SIMÓN.
Novela
narrada por los dos protagonistas: un niño David con su voz infantil y Emérita,
en forma epistolar, nos acercan a la relación tan hermosa que tuvieron.
David
es un niño en los años setenta. Su madre maestra itinerante, que se pasa la
vida de pueblo en pueblo, con sus maletas y sus hijas, Isa y Vero “las
sapas" como él las llama, es una mujer avanzada para la época, fuma, lleva
pantalones, igual cose que arregla un enchufe, igual cocina que cuida de un
huerto.
El padre, los lleva al nuevo destino, con un Simca 1000, a ritmo de Víctor Jara
en la radio. Cada fin de semana viene al pueblo a visitarles y se vuelve a la
gran ciudad Madrid, donde trabaja en la Chrysler.
La infancia de David pasa por ir a la era, llegar a casa con las rodillas
desolladas, hacer enfadar a sus hermanas y hacer amigos.
Pero en algún momento, David nota que su madre, “mamá "en casa, “señorita
Mercedes" en la escuela ,empieza a perder las ganas de jugar con él, coincidiendo
con las cada vez más espaciadas visitas de su padre y la llegada de postales de
sitios alejados del pueblo.
Hasta que el padre deja de venir.
"Porque hay cosas de no le dejan dormir a un niño. Pero peores son las que le quitan a uno las ganas de despertar"
David echa de menos la figura paterna, y su madre decide buscar una persona que
les ayude. Ahí llega Emérita., una mujerona rural, sorda que no tonta, a la que
le pica la barbilla cuando da besos, la que lo da todo por la familia, aunque
no va incluido en el sueldo, el amor que profesa a su niño "Currete",
el niño David, en sustitución del hijo perdido, como queriendo compensar el
sentimiento de culpabilidad que no se le quita de la piel.
"Mira. Mira aquí-señaló con la barbilla-.Al hijo lo llevas nueve meses dentro y luego se queda preñada la tierra de él para los restos. La tierra se queda con el hijo para siempre. Y entonces la tumba es una madre con una barriga que sale desde el suelo hasta el cielo, pero que no crece nunca. Una placenta de lombrices, de humedad, de oscuridad, de bichos. Mismamente."
Emérita "Eme “se convertirá en la segunda madre de David o, casi, mejor
dicho, la primera madre. De la mano de Emérita conocerá el ultramarinos,
conocerá el darlo todo sin esperar nada. Tendrán sus secretos como esconder a
la madre el hecho de que su hijo se cague en los pantalones.
Él le enseñara a escribir, haciéndole dictados, ella no ha estudiado y quiere
aprender a escribir.
David pasará el tránsito de la infancia a la adolescencia, siempre protegido de
Emérita. Le da vergüenza que la acompañe siempre, aunque sea a distancia,
cuando va con sus amigos. ¡Cosas de los adolescentes!
Cuando finaliza el curso, se despiden de Emérita, prometiendo escribir a menudo,
hasta que se van espaciando las cartas y pasando los años; en el que no pasa un
solo día sin que Emérita no se acuerde de su Currete.
Hasta que David ya mayor, siente que ha sido muy ingrato con la que fue la
persona más importante de su vida y regresa al pueblo, buscando a Emérita, pero
llega demasiado tarde.
Esta novela la he disfrutado muchísimo. Esa prosa cercana, que emociona, sin
grandes florituras pero tan bella en su sencillez, con las palabras exactas
hechas a medida para meternos en la piel de David.
Y
además todos mis recuerdos pidiendo a gritos salir de mi cabeza . Yo una niña
de trece años, en el año 1973, venida de Francia, fui adoptada por unos tíos
sin hijos, en un pueblo de Extremadura. Allí empezó mi adolescencia. Mis tíos
Petra y Antonio estaban bien considerados, porque tenían una tienda de ultramarinos.
Ese olor a jabón de sosa ,casero; ese olor a bacalao de salazón; ese olor a
queso fresco de cabrá; esa libreta de anillas donde cabían los nombres de casi
todo el pueblo ,a los que mi tía fiaba, hasta que cobraban el jornal; ese olor
a vela encendida en la trastienda, delante de la hornacina de la Virgen de Fátima,
patrona de San Vicente de Alcántara ,mezclado con el olor a brasero de la
camilla redonda con las faldas y el tapete de ganchillo, donde yo hacia los
deberes ante la vigilancia de mi tío. Esa etapa de mi vida tan desconcertante,
siempre controlada por unos tíos temerosos de la vida , de Dios, muy estrictos
; sin previos conocimientos de lo que es tener un hijo, ni como sobrellevar
esta etapa tan difícil; donde no había almendros, pero había alcornoques y olivos,
en la linde del pueblo, que si te atrevías sota pena de castigo, a recorrer un kilómetro había una charca apetecible pero prohibida.
A las afueras del pueblo, en la colina, se erguía majestuosa la preciosa ermita
de la Virgen de Fátima ,a escondidas claro, subíamos a merendar, alejados de
los ojos guardianes de los ancianos del pueblo.
Había toque de queda y era indiscutible. Tanto en invierno como en verano, el
toque de queda era al atardecer, justo ese momento tan hermoso en que nos
quedábamos embelesados y teníamos que correr para llegar a tiempo de evitar un
castigo mayor, no salir de casa en días festivos.
Allí
hice mis primeras amistades valederas. Aún me carteo con mi querida amiga Maru.
Sería ingrata por mi parte no reconocer, que mis tíos ayudaron mucho a mi educación,
en un mundo que para mí era tan diferente de la ciudad francesa y moderna de la
que yo venía. Pero yo tenía tanta curiosidad, sentía que aquí en el pueblo,
todo era tan sencillo, tan cercano, tan amable.
Me
quisieron como a una hija y me educaron con los dictados de sus corazones. Al
fin y al cabo, fueron mis segundos padres durante cuatro años. Me enseñaron las
bases de una educación respetuosa con las personas, con diferentes estatus, con
diferentes modos de vida, sin menospreciar su labor, sobre todo la importancia
de la gratitud.
”-Hija,
da siempre las gracias”-me decía mi tía.
Mantuvimos
durante toda mi vida correspondencia. Pero la vida siguió, me casé, tuve mis hijos,
y San Vicente estaba tan lejos en la distancia, que no pude volver hasta 25
años después en que pude darles las gracias por todo lo que me dieron con el
corazón.
¡Que
gratificante es ser agradecido con las personas que han sido importantes en tu
vida.!.
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